domingo, 1 de mayo de 2011

Cerveza Oscura

Hace un año te vi sentado con cierto aire de impaciencia en el rostro: tus anteojos, los audífonos al rededor del cuello, la playera de Muse del concierto que habían dado hace unas semanas, los zapatos negros y los jeans claros. Fue la primera vez que no sentí temor por lo que pasaría, te vi ahí y de inmediato supe que eres bueno, que no me causarías dolor deliberadamente; fue el abrazo inesperado que me diste al saludarme, tan fuerte, tan tierno, tan tú [después lo comprendí] que me lo confirmó.

Quería hacerte reír haciendo observaciones absurdas, sé que notaste mi nerviosismo y aún así tu mirada no se apartó de mi, después sería nuestra charla que nunca se alejó de tu amigo, un par de confesiones, nada serio.

Para cuando llegamos al café ya tenía en mente donde quería terminar, quería probarte pero mantuve la reserva hasta que tú dieras el primer paso, ese primer beso que se presta para continuar charlando o pedir la cuenta; tú te levantaste decidido y con una sonrisa te acercaste a mis labios, tan varonil y a la vez tan frágil y tan rápido que no me pude aguantar con sólo eso y te acerqué de nuevo para probarte, después me dirías que con mi lengua buscando la tuya sabías que querías tomarme.

Hasta que charlamos en el barecito fue que sentí que teníamos algo en común, no porque en algo pensáramos igual, sino porque ambos teníamos una idea clara de lo que queríamos que pasara en las horas siguientes, de nuevo, tu mano en mi pierna y esa mirada tuya me lo confirmarían...

Lo demás no necesita detalles, para ahorrarme líneas escribiré que derrochamos besos y caricias, la mayoría torpes, pero llenos de deseo, de entusiasmo, de picardía. La mejor charla que he tenido en mi vida, la mantuve contigo en esa cama medio desnudos, cuando me dijiste que aún la amabas y nos burlamos de nuestros nombres de telenovela, cuando me hablaste de tu padre y noté tu admiración por él. Fue en ese momento donde tuve una epifanía de que no quería que ese momento acabara, que tú y yo éramos perfectos así, abrazados en una cama individual hablando de todo y nada, ahí, pensando que podíamos jugar a querernos a medias y a las posibilidades, ahí, mientras abría la ventana para dejar escapar un poco de nuestro calor y tú te dirigías a mi llamándome "amor".

En ese abrazo que me sorprendió mientras revisaba las llamadas y la posibilidad de pasar la noche juntos, de volver la semana entrante y acordar visitarme en mi cumpleaños, fue ese día que me dio a conocer una felicidad diferente, que en algún momento me hizo sentir completa. Quería guardármelo y al mismo tiempo gritarlo mil veces.

Te conocí hace un año y yo quería hacer este recuento contigo, porque solamente tú lo entenderías.

1 comentario:

Yareli dijo...

Uhh... me has hecho recordar cosas :)